jueves, 8 de noviembre de 2012

Luis Ernesto


Luis Ernesto fue mascota en mi casa durante unos días hasta que se tiró por la ventana, desde un noveno piso, con su casa; era una tortuga deprimida que hablaba para adentro, sus cosas, que yo no entendía. Comía poca cosa, lechuga, a nosotros nos sobraba demasiada al usarla casi de fachada, decorando nuestra grasa salada. Puede ser que su depresión se debiera a la risa escandalosa que soportara mientras inventábamos su nombre ridículo, en su cara, sin pudor alguno, observando cómo bajaba la vista y su cabeza retrocedía hacia su concha, para adentro, con sus cosas. No encontramos resto alguno de su muerte, ni una nota. Certificamos su fallecimiento sin hallar ni su cuerpo ni su cáscara, sin testigos, sin forense.
Una tarde la dejamos sola en la terraza, al sol, como una planta; con su platito de agua evaporándose delante de sus narices, de su torpeza, de sus ojos cabizbajos; con su lechuga impregnada de grasa, la que nos sobraba, asándose a su lado, sin alcanzarla. Sin sombra y sin amigos, sin proyectos pero con enemigos, nosotros, que sin saberlo, lo sabíamos. Y ella para adentro con sus cosas, para luego, con su casa, encontrarse en el vacío.


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