domingo, 30 de septiembre de 2018

Instrucciones para estar hecho polvo todo el día (con permiso de Julio Cortázar).

Asegúrese, antes de despertar, mantenerse en el peor de sus sueños si es que estaba soñando.
Por supuesto que no es tan fácil como parece. Hay veces que uno no sueña nada, o eso cree uno, porque está demostrado que siempre se sueña algo, aunque uno no se acuerde. Otras veces sí que soñamos y, aunque nos olvidemos, sabemos que hemos soñado. Tener muchos sueños a la vez, que es a lo que voy, es complicado. Pero si los consigues tener, seguro que uno de ellos no te va a gustar nada, o muy poco. Hay que quedarse con ese. Y regocijarse. Para que todo vaya bien. Bueno, en este caso, mal. Reconozco que esto no sería el punto del día porque los acontecimientos transcurrirían durante la noche anterior; es una pequeña libertad del autor para poder incrementar el daño en el supuesto lector y/o partícipe. Y, hablando de libertades, también sería provechoso dejar las ventanas abiertas esa noche para que los mosquitos que no tuvieran algún tipo de compromiso, pudieran entrar a hacerle compañía; al supuesto lector y/o partícipe, digo; siempre y cuando fuera verano, vaya.
Es mejor estar hecho polvo en verano que en invierno.
De todos modos, si todo este lío de sueños y mosquitos no fuera posible, siempre uno puede conseguir encontrarse realmente mal.
Una vez despierto, no importa levantarse con el pie izquierdo para empezar peor el día porque esto ni tiene validez científica ni se sujeta por su propio pie y no nos va a afectar ante la cantidad de despropósitos y desbarajustes que nos acontecerán. Así que, levántese como le dé la gana; como si se tira (si se tirara o tirase, procure haber olvidado unas chinchetas por el suelo, cuando en el día anterior usted intentó colgar un poster de su cantante favorito, del que, en el fondo, tampoco escuchó demasiado y al que, por mucho escucharle, al ser seguramente extranjero o con poca dicción, nunca le entendió una sola palabra de lo que cantaba. Tampoco es importante. Las chinchetas, sí. Incluso si no se tirara, las chinchetas nunca vienen de más, porque de alguna manera usted deberá tocar el suelo. Y ya en este apartado, sería aconsejable mantener la persiana de la habitación lo más baja posible para que la escasa luz del día impidiera ver las chinchetas, pero que permitiera la entrada de los mosquitos durante la noche; los mosquitos que no tuvieran algún tipo de compromiso, se entiende.).
De camino al cuarto de baño, y descalzo por no haber encontrado las zapatillas, consiga que el marco de la puerta quede entre su dedo meñique y el resto de los dedos de cualquiera de sus pies, y así, de la alegría, podrá saltar a la pata coja con el otro pie intentando encontrar en el suelo un objeto inesperado y punzante, como por ejemplo una chincheta. Un golpe de su cabeza contra la puerta, por la emoción, tampoco vendría de más.
Ya que se olvidó de comprar café, tómese algún tipo de infusión reseca olvidada por los antiguos inquilinos que encontrará en alguno de los pequeños armarios impregnados de grasa en la cocina (que lleva sin limpiar desde el día que llegó al piso como nuevo vecino, hace meses, y en la que gastó, ilusionado por su nuevo hogar, un bote entero de K7). Regocíjese con el primer sorbo y posterior arcada mientras recoge de la encimera y del suelo todas las bolsitas de tila, manzanilla y hierbabuena que se le cayeron al intentar sacar el té.
Sentado en la taza del váter del cuarto de baño sin ventana, anote en su móvil que debe comprar café, papel higiénico y una bombilla. Use unos instantes el teléfono como linterna hasta que se quede sin batería por no haberlo cargado la noche anterior. Límpiese como pueda y vaya a buscar alguna vela, olvidada por los antiguos inquilinos, para ducharse. Como no podrá anotar nada en el móvil, memorice que debe comprar gel familiar. Y llore algo, si quiere, debajo de la alcachofa; nadie lo notará (para estar realmente hundido, es aconsejable no exteriorizar este sentimiento, aunque nadie lo vea). Una vez duchado y despejado, al no tener agua caliente, corra desnudo por la casa para entrar en calor. Con un poco de suerte, tropezará con algún objeto o dejará el meñique olvidado en el marco de alguna puerta. Igual, si se cae en el salón, pueda ver sus zapatillas debajo del sofá.
Alguno dirá que esto no son instrucciones para estar hecho polvo. Que no son más que accidentes. Estoy casi de acuerdo; yo prefiero llamarlos preliminares.
Si tiene un trabajo que le guste, no vaya. Si tiene un trabajo que no le guste, vaya. Si no tiene trabajo, mejor. Si no tiene trabajo, ni intención de buscarlo o encontrarlo, y tiene muchas deudas con el banco, perfecto.
No coma hoy. Consiga que su estómago se lo recuerde. Fume mucho durante todo el día. Hará de su cuerpo una fiesta llena de mareos y de completa inestabilidad. Deje para la noche esa llamada que tiene pendiente desde hace semanas o meses a su madre.
No llame a ningún amigo, si es que tiene o le queda alguno. O mejor, llame a ese amigo que nunca le escucha y que siempre tiene razón; ese que lo sabe todo y que le contradice continuamente sin prestarle atención. Invéntese que tiene una duda sobre cualquier tema y que necesita urgentemente su ayuda profesional sobre cualquier cosa. Todo lo sabrá y usted irá avanzando positivamente hacia su hoyo personal. Regocíjese.
Salga a dar una vuelta. Sin ganas. No piense en nada positivo. No haga planes. No proyecte. Nótese insignificante.
Pase por la casa de ese familiar suyo, que tiene depresión y que hace muchos años, cuando usted era pequeño, le convenció de que la vida era una mierda, a por el otro juego de llaves, ya que el suyo, ahora recuerda, lo dejó olvidado encima de la mesita del hall de su piso. Escuche atentamente todo lo que, repetidamente, le contará como nuevo. La vida seguirá siendo una mierda. Puede, incluso, que más.
No haga trampas. No se compre una mosquitera. O mejor, cómprela y asegúrese de no tener la más mínima idea de cómo instalarla.
Regrese a su casa. No encienda la luz. Baje todas las persianas. Quédese a oscuras. Piense sólo en el pasado. En el pasado peor. Si aún no ha llamado a su madre, no lo haga; déjelo para mañana.
Repase todos los aspectos físicos y psicológicos que le han procurado su día horrible y anótelos o memorícelos para poder repetirlos, si quiere, al día siguiente, y al otro, y al otro, hasta que tenga ganas de tirarse por la ventana. Asegúrese, si no es el suyo, de tirarse desde un piso no superior a un segundo o un tercero bajo para, si tiene suerte, repetirlo todo durante toda su vida.
Pero no se equivoque, siempre podría encontrarse mucho peor. Regocíjese.

viernes, 14 de septiembre de 2018

Mi madre






Mi madre sabía que se tiraba al suelo para llamar la atención.
Ahora ya no sabe si se ha caído o se ha tirado; y ya no sabe si hubo alguien alrededor, que le prestara su atención.
Repasa continuamente su forma de ser. Intenta no equivocarse en sus errores y en sus aciertos. Odia que la pillen desprevenida ante un insulto o ante un piropo. Y lo vuelve a repasar hasta el olvido. Y se olvida de ir al baño, y de ponerse ropa, y se mete en camas que no son suyas, cuando no hay nadie dentro.
Espera en un banco, fuera de la residencia, a que alguien vaya a rescatarla, durante horas. Y se cuenta las arrugas, y dice que no son suyas.
Se inventa vidas y muertes, enfermedades; nombres, edades, ciudades. Mendiga el amor. A veces lo exige.
Tararea sin mover los labios las canciones que se le están escapando.

viernes, 24 de agosto de 2018

Ella y los demás

La primera vez que la vi tuve que bajar la cabeza; y la segunda, y la tercera. No estaba acostumbrado a que me miraran a los ojos; igual un besugo o una vaca te miran más a los ojos, pero se pierden al intentar buscarte.
Conozco a muchos besugos. Y a alguna vaca.
Cuando conseguí controlar mi ansiedad y pude mantener su mirada, me di cuenta de lo mucho que podría aprender de ella, y de lo mucho que podría construir para ella y para mí. Y de lo poco que yo sabía; pero también del enorme espacio que tenía en mi cabeza, y que por fin podría rellenar.
Descubrí que mantenía tonterías que me creía.                                                                         
Descubrí la luz y empecé a hacer fotos. Redescubrí las palabras y continué escribiendo. Castigué a mis fantasmas, aunque les dejara un pequeño rincón para asustarme de vez en cuando.
Entendí mejor a las personas. Entendí mejor a mi madre. Comprendí a mi padre, aunque estuviera muerto, por ahora.
Empecé a cambiar, incluso sabiendo que era imposible  según ciertos estudios de besugos eruditos que usan gafas de sol porque, en el fondo, saben que nunca te encontrarán la mirada.
Y cambié. Y sigo cambiando. Y es genial.