Vive debajo de mí
un hombre que ya no pide limosna. Bueno, vivo yo encima de él,
aunque él no viva justo debajo, en la calle. Vive allí cuando yo le
veo. Hace muchos años que lo conozco, de vista. Siempre en la misma
calle, en su oficina. Yo antes no vivía justo encima de él pero, de
vez en cuando, nos encontrábamos. Y me pedía. Extendiéndome su
mano y mirándome con unos ojos vacíos, tristísimos. Su oficina son
unas cuantas baldosas de la acera de su calle; dependiendo de la
estación del año se mueve por ellas buscando el sol en invierno y
la sombra en verano. Un pequeño toldo de una tienda cercana le
protege de la lluvia; y una cabina de lotería le resguarda del
viento.
Durante mucho tiempo
pedía limosna, pero ahora ya no. Sigue encima de sus baldosas. Pero
ya no extiende la mano. Se limita a esperar, y de vez en cuando se le
acerca una persona que busca en sus bolsillos, y le extiende la mano
con alguna moneda. Él sonríe y hace una pequeña reverencia. Y
cuando esa persona se ha ido, sonríe mucho más; una pequeña
felicidad casi desconocida para mí; la conocí cuando pedía. Una
minúscula alegría que se contagia y que hace que se te empañen las
gafas.
Al cabo de un rato,
otra persona le extiende la mano. Él, de vez en cuando, sale de la
oficina, deja entreabierto y desaparece. Vuelve en unos minutos. Una
anciana se le acerca y se encorva hacia su bolso, lo abre y busca con
las manos. El hombre permanece a su lado casi inmóvil, casi porque
juega con el vaivén de sus baldosas, mal ancladas y muy usadas. Y
casi sonríe. La anciana sonríe del todo; con una mano le da unas
monedas, mientras que con la otra le protege la ganancia. Ahora
sonríen los dos. Ella tarda en irse porque tarda en cerrar el bolso,
ocuparse de su chaqueta y asegurarse con su andador. Y lentamente se
va. Tan contenta como el hombre, que hace que las baldosas se muevan
más rápido que nunca.
Aparece un hombre
apresurado, despeinado y bien vestido, como Picasso. Se detiene junto
a él, busca en sus bolsillos y saca una piruleta. Extiende la mano y
se la da. Los dos se ríen. Mucho. Demasiado como para entenderlo si
tuvieras que reírte junto a ellos.
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