José entró en la
cárcel acusado de violación. Por violar a una chica que conocía
desde los quince años, cuando ambos estudiaban carpintería. A la
que no volvió a ver más cuando terminó Formación Profesional. De
la que no sabía ni su nombre ni su color de pelo. Sí recordaba sus
ojos cuando la policía lo interrogó. Nada más. Pero su dependencia
de la heroína y la acusación de ella le hicieron el mejor candidato
para prisión. El único, más bien. También le ayudaron su
depresión, su silencio y sus ganas de suicidarse. Cuando entró en
la cárcel parecía un muerto. Ni siquiera los presos le molestaron.
Uno sí lo intentó pero no logró acercarse a más de un metro; algo
de José lo detenía, y no era su mirada, que no existía.
María volvió a
tener la misma pesadilla. Pero esta vez el hombre que le quitaba la
sábana y le tapaba la boca, la empezaba a manosear y acababa
violándola. Y todo duraba hasta el final, en ese sueño. María
podía saborear el hedor que desprendía la boca de ese hombre cerca
de su cuello, cerca de la medalla de oro de su primera comunión, con
la cara del niño Jesús. Sólo despertaba cuando el hombre había
terminado. A la cuarta pesadilla apareció en comisaría y dijo que
no había sido violada. Y quiso poder pedir perdón a la persona a la
que había querido condenar. Y lo hizo. Le esperó a la salida de la
prisión, como en las películas. Y no le pudo decir nada. Se quedó
mirando sus ojos y su principio de sonrisa; lo reconoció al
instante, de su adolescencia, el chico tímido que no levantaba la
cabeza. Y se enamoró locamente de él y él, levantando el muro
invisible que lo separaba de la vida, de ella.
María estaba pendiente de juicio por su falta de
moral, pero José lo arregló todo no presentando cargos. Encontró
un trabajo en una tienda de bricolaje y un piso de alquiler barato
para los dos y para el niño que esperaba ella. Para ese niño que no
tenía padre y que nadie sabía de dónde venía. Y que José lo
adoptó como si fuera suyo.
Ahora la única
heroína de su vida era María, que le había salvado la vida.
Comenzó a construir
una especie de cabaña en el monte, sobre un pequeño terreno que
había heredado de sus abuelos, que sus padres nunca quisieron,
aprovechando la primavera, los fines de semana y el descanso en la
tienda de bricolaje. Queriendo tener un posible refugio para los tres
por si el trabajo y el dinero se iban. Una especie de arca por si se
extinguían.
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