Año
nuevo. Propósitos nuevos. Dejar de quejarse por todo. Dejar de
dejarse por todo. Ser amable, casi espiritual. Pero ser espiritual
por uno mismo y por los demás. Hacer terapia por uno mismo y por los
demás; o hacer la terapia que los demás no hacen. Para que los
demás no inunden la terapia propia. Ser un poco Cristo cuando los
demás te inunden tu terapia y la de ellos. Canalizar oceánicamente
todas las terapias suyas, que, en el fondo, son tuyas, si lo que
quieres es imaginar propósitos nuevos y dejarte de quejar por la no
asimilación de terapias no-tuyas.
Musicalizar
los gritos del empleado de Renfe cuando no te deje ayudar a llevar
los tres bultos que tu madre arrastra hacia su destino; o los
destinos de todos (hacer terapia con-de esto). Caminar mucho y
esquivar poco. Saberse de memoria las horas de los demás cuando
caminan para chocarse. Escupir en un pañuelo mientras esquivas los
escupitajos de las terapias de los demás. Sonarse la nariz y
cortarse las uñas de los pies. Tener cuidado con rascarse un posible
lunar cancerígeno. Gritar bajo al oído de tu amigo cuando los
gritos de los demás te impidan pensar y enlazar palabras que quieras
contarle,o que le quieres, o que estás. Quitar el carro vacío de la
compra de la terapia del cliente que tenías, hace poco, delante de
ti, cuando quieres preguntar al empleado del supermercado si tiene
cambio para meter la compra de otro supermercado en la taquilla de
clientes de esa empresa, explicando que si no has entrado por otro
lado, es que era para no molestar, para que no se asustara cuando te
miraba de reojo, mientras escupías, disimuladamente, en un pañuelo.
Ver
amanecer. Tomar café. Estirarse. No hay mucho más. Y ya es
bastante.