Asegúrese,
antes de despertar, mantenerse en el peor de sus sueños si es que estaba
soñando.
Por
supuesto que no es tan fácil como parece. Hay veces que uno no sueña nada, o
eso cree uno, porque está demostrado que siempre se sueña algo, aunque uno no
se acuerde. Otras veces sí que soñamos y, aunque nos olvidemos, sabemos que
hemos soñado. Tener muchos sueños a la vez, que es a lo que voy, es complicado.
Pero si los consigues tener, seguro que uno de ellos no te va a gustar nada, o
muy poco. Hay que quedarse con ese. Y regocijarse. Para que todo vaya bien.
Bueno, en este caso, mal. Reconozco que esto no sería el punto del día porque
los acontecimientos transcurrirían durante la noche anterior; es una pequeña
libertad del autor para poder incrementar el daño en el supuesto lector y/o
partícipe. Y, hablando de libertades, también sería provechoso dejar las
ventanas abiertas esa noche para que los mosquitos que no tuvieran algún tipo
de compromiso, pudieran entrar a hacerle compañía; al supuesto lector y/o
partícipe, digo; siempre y cuando fuera verano, vaya.
Es
mejor estar hecho polvo en verano que en invierno.
De
todos modos, si todo este lío de sueños y mosquitos no fuera posible, siempre
uno puede conseguir encontrarse realmente mal.
Una
vez despierto, no importa levantarse con el pie izquierdo para empezar peor el
día porque esto ni tiene validez científica ni se sujeta por su propio pie y no
nos va a afectar ante la cantidad de despropósitos y desbarajustes que nos
acontecerán. Así que, levántese como le dé la gana; como si se tira (si se
tirara o tirase, procure haber olvidado unas chinchetas por el suelo, cuando en
el día anterior usted intentó colgar un poster de su cantante favorito, del
que, en el fondo, tampoco escuchó demasiado y al que, por mucho escucharle, al
ser seguramente extranjero o con poca dicción, nunca le entendió una sola
palabra de lo que cantaba. Tampoco es importante. Las chinchetas, sí. Incluso
si no se tirara, las chinchetas nunca vienen de más, porque de alguna manera
usted deberá tocar el suelo. Y ya en este apartado, sería aconsejable mantener
la persiana de la habitación lo más baja posible para que la escasa luz del día
impidiera ver las chinchetas, pero que permitiera la entrada de los mosquitos
durante la noche; los mosquitos que no tuvieran algún tipo de compromiso, se entiende.).
De
camino al cuarto de baño, y descalzo por no haber encontrado las zapatillas,
consiga que el marco de la puerta quede entre su dedo meñique y el resto de los
dedos de cualquiera de sus pies, y así, de la alegría, podrá saltar a la pata
coja con el otro pie intentando encontrar en el suelo un objeto inesperado y
punzante, como por ejemplo una chincheta. Un golpe de su cabeza contra la
puerta, por la emoción, tampoco vendría de más.
Ya
que se olvidó de comprar café, tómese algún tipo de infusión reseca olvidada
por los antiguos inquilinos que encontrará en alguno de los pequeños armarios
impregnados de grasa en la cocina (que lleva sin limpiar desde el día que llegó
al piso como nuevo vecino, hace meses, y en la que gastó, ilusionado por su
nuevo hogar, un bote entero de K7). Regocíjese con el primer sorbo y posterior
arcada mientras recoge de la encimera y del suelo todas las bolsitas de tila,
manzanilla y hierbabuena que se le cayeron al intentar sacar el té.
Sentado
en la taza del váter del cuarto de baño sin ventana, anote en su móvil que debe
comprar café, papel higiénico y una bombilla. Use unos instantes el teléfono como
linterna hasta que se quede sin batería por no haberlo cargado la noche
anterior. Límpiese como pueda y vaya a buscar alguna vela, olvidada por los
antiguos inquilinos, para ducharse. Como no podrá anotar nada en el móvil,
memorice que debe comprar gel familiar. Y llore algo, si quiere, debajo de la
alcachofa; nadie lo notará (para estar realmente hundido, es aconsejable no
exteriorizar este sentimiento, aunque nadie lo vea). Una vez duchado y
despejado, al no tener agua caliente, corra desnudo por la casa para entrar en
calor. Con un poco de suerte, tropezará con algún objeto o dejará el meñique
olvidado en el marco de alguna puerta. Igual, si se cae en el salón, pueda ver
sus zapatillas debajo del sofá.
Alguno
dirá que esto no son instrucciones para estar hecho polvo. Que no son más que
accidentes. Estoy casi de acuerdo; yo prefiero llamarlos preliminares.
Si
tiene un trabajo que le guste, no vaya. Si tiene un trabajo que no le guste,
vaya. Si no tiene trabajo, mejor. Si no tiene trabajo, ni intención de buscarlo
o encontrarlo, y tiene muchas deudas con el banco, perfecto.
No
coma hoy. Consiga que su estómago se lo recuerde. Fume mucho durante todo el
día. Hará de su cuerpo una fiesta llena de mareos y de completa inestabilidad.
Deje para la noche esa llamada que tiene pendiente desde hace semanas o meses a
su madre.
No
llame a ningún amigo, si es que tiene o le queda alguno. O mejor, llame a ese
amigo que nunca le escucha y que siempre tiene razón; ese que lo sabe todo y
que le contradice continuamente sin prestarle atención. Invéntese que tiene una
duda sobre cualquier tema y que necesita urgentemente su ayuda profesional
sobre cualquier cosa. Todo lo sabrá y usted irá avanzando positivamente hacia
su hoyo personal. Regocíjese.
Salga
a dar una vuelta. Sin ganas. No piense en nada positivo. No haga planes. No
proyecte. Nótese insignificante.
Pase
por la casa de ese familiar suyo, que tiene depresión y que hace muchos años,
cuando usted era pequeño, le convenció de que la vida era una mierda, a por el
otro juego de llaves, ya que el suyo, ahora recuerda, lo dejó olvidado encima
de la mesita del hall de su piso. Escuche atentamente todo lo que,
repetidamente, le contará como nuevo. La vida seguirá siendo una mierda. Puede,
incluso, que más.
No
haga trampas. No se compre una mosquitera. O mejor, cómprela y asegúrese de no
tener la más mínima idea de cómo instalarla.
Regrese
a su casa. No encienda la luz. Baje todas las persianas. Quédese a oscuras.
Piense sólo en el pasado. En el pasado peor. Si aún no ha llamado a su madre,
no lo haga; déjelo para mañana.
Repase
todos los aspectos físicos y psicológicos que le han procurado su día horrible
y anótelos o memorícelos para poder repetirlos, si quiere, al día siguiente, y
al otro, y al otro, hasta que tenga ganas de tirarse por la ventana. Asegúrese,
si no es el suyo, de tirarse desde un piso no superior a un segundo o un
tercero bajo para, si tiene suerte, repetirlo todo durante toda su vida.
Pero no se equivoque, siempre
podría encontrarse mucho peor. Regocíjese.