Salir a la calle a
pensar está mal visto. Y mal oído. No puedes atravesar unas gafas
de sol de espejo para saber quién te vocea desde la otra acera,
enfadándose si no le reconoces. Que si siempre vas a tu bola, que
dónde está tu educación o que si siempre fuiste un poco bohemio.
Mejor pensar en tu
casa; lo tuyo. Porque en la calle sí que vas a pensar; te vas a
hartar a pensar. Pensar por los demás. A parte de los saludos
obligados de buen ciudadano conocedor de sus conocidos, te
convertirás en el perro pastor que evita que el rebaño se despiste,
o que se choque, o que considere que una diagonal es un paralelismo
más. Te convertirás en el semáforo del descarriado y en el stop
del despistado. En la sombra del que está demasiado alumbrado. Donde
tu espacio personal es una carcajada de vagón de metro en hora
punta. Te encontrarás sorteando gente como si fueras un atleta, un
abogado o un motorista de autoescuela. Y chocarás. Claro que
chocarás. Será imposible esquivar a todo el mundo. A no ser que te
conviertas en un experto del aire y del roce; donde ya nada quedará
de ti, a parte de esa cualidad.
La cualidad de saber
detenerse a tiempo ante una avalancha; en la salida de un
supermercado, de una tienda o de un portal. Bajar la cabeza ante un
paraguas. Bajarte de la acera frente a una excursión familiar, con
cochecitos, abuelitas y demás material, y no saber si eres peatón,
vehículo o guardia municipal. Estudiarás el mecanismo del bastón
del anciano, donde su función no se limita a ayudarle a caminar,
sino que a veces, como un espasmo, se convierte en la batuta de una
orquesta de gigantes. Serás el camarero ocasional cuando atravieses
la terraza de verano de algún bar; y su papelera; y su audífono; y
su suegra. Serás la colonia de los que no se lavan en un acto
cultural o la cultura en una guerra colonial. Serás tantos y todos
que se te olvidará sumar, o restar.
Pero, eso sí, te
convertirás en un experto espacial.
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a que sí o a que no