Sentada en un banco
del parque cercano a la casa de Felipe, Matilde rehacía su moño una
y otra vez, intentando que algún pelo le quedara suelto, gracioso.
Con el espejo del móvil comprobaba que no lo conseguía y le daba la
impresión de que no se lo hubiera lavado en meses. Aprovechaba
también para mirar si había recibido algún mensaje nuevo de
Carlos. Con los pelos tristes y la cara iluminada por el teléfono,
vio cómo se acercaba Felipe, impoluto, como si se acabara de duchar,
distinguiendo desde cincuenta metros las rayas perfectas de su
pantalón, y los dientes blancos y la sonrisa perfecta.
- Mi amor, ¿Te he hecho esperar mucho? Entró una llamada justo cuando me iba y la tuve que atender porque era de un cliente importante – Felipe besó a Matilde.
- No, si llegas pronto. Llevo un rato aquí porque quise.
Felipe la miró como
a una niña pequeña y le pasó la mano por la cabeza; se enredó por
un momento con su goma del pelo gracias a una uña mal cortada de uno
de sus dedos, del meñique. Ella lo notó. No tanto por el tirón en
su cabeza, sino por la cara de él al dase cuenta de que descuidaba
las pequeñas cosas, y de que no era tan perfecto, o proyecto de
perfecto, como creía. Se llevó el meñique a la boca y sonó el
móvil de Matilde.
- ¿Sí?... Hola... Bien... No, estoy con... mi novio. Vale, mejor... Adiós.
Felipe esperó unos
segundos, por si ella quería decirle quién había llamado. Los
segundos comenzaron a pesar.
- Sabes, mi amor, creo que he encontrado el piso perfecto para los dos. Muy cerca de aquí, céntrico y soleado, como a ti te gusta.
- Felipe, tenemos que hablar.
Sus dientes se
volvieron amarillos y su sonrisa también. Y al sentirse más pesado
se sentó en el banco al lado de Matilde.
- Hablar de qué... mi... amor.
- De nosotros... de Carlos... - la goma del pelo salió disparada – de Carlos y yo.
- … mi amor...
- Tenía que habértelo contado antes. Soy una tonta. Llevo días intentándolo... semanas...
- ¿Tanto tiempo con él?
- Tres semanas con él. Lo siento.
- Pero es... era mi mejor amigo – las rayas de su pantalón desaparecieron -. Y es cinco años mayor que yo.
- Yo soy ocho años mayor que tú.
- No tiene trabajo estable.
- Por eso le he visto más que a ti... y... me he enamorado.
Un policía les hizo
una señal. Iban a cerrar el parque. Felipe y Matilde se arrastraron
hasta la salida.
- Me gustaría estar sola ahora. Ya sé que querrás saber más cosas, pero me encuentro muy mal, agotada. Será por habértelo dicho. Estoy muy cansada.
- Pero... ¿Y una cerveza aquí al lado? ¿En el bar de los amigos de mis padres?
- No, por dios... y menos ahí.
- Nunca te cayeron bien los amigos de mis padres.
- Todos me han caído más que tú. Tus padres, sus amigos, tus tíos, tus amigos, Carlos... Tú siempre has estado menos que ellos. Ni siquiera estuviste cuando aborté.
- Tenía trabajo. Y lo hablamos. Y te pareció bien ir sola.
- No entiendes nada. Esas cosas no se hablan, se hacen.
Quizás por la
costumbre habían ido caminando hacia la casa de Felipe, y la de sus
padres, hacia el bar “La Reunión”, el bar de los amigos de sus
padres. Matilde se detuvo y paró con un brazo a Felipe, que miraba
al suelo. Con el otro brazo le indicó otro bar que estaba a su lado.
Entraron.
- Si quieres saber más cosas hoy, prefiero este sitio. Y así quedará entre nosotros.
- No te entiendo... - un camarero se les acercó – Mi amor, ¿Una caña?
- Sí – ahora era ella la que miraba al suelo.
- ¿Cómo mi amor?
Resultaba complicado
escucharse bien en el bar. Había mucha gente y hablaban muy alto.
- ¡Sí!
- Una caña y una coca light.
- ¿Bebes coca cola light?
- Sí, quería cuidarme... adelgazar.
- Vas a desaparecer...
- ¿Qué?
El camarero les
llamó desde el otro extremo de la barra. Con una sonrisa les hizo
ver que allí había menos gente. Fueron los dos en fila, atravesando
la multitud con cuidado, Felipe delante y Matilde detrás. Él
buscando a ciegas la mano que no encontró de ella.
- ¿Por qué no me he dado cuenta? ¿Mi amor?
- Por favor, deja de llamarme mi amor.
Ahora podían oírse.
El camarero desapareció en cuanto se dio cuenta de sus caras y de
sus ojeras. Ella bebió un largo trago de cerveza.
- Tú crees que me quieres porque te lo has creído. Has querido que sea así. Por encima de todas las cosas. Por encima de mí. Pero, sobre todo, por encima de ti. Es muy triste verte actuar sin que te des cuenta. Y nunca has dejado de actuar. Y ni siquiera te gusta el teatro, o el cine; ni siquiera te gusta una miserable serie norteamericana. No me puedo imaginar cómo seré yo misma a través de tus ojos de actor. Por eso, y por muchas otras cosas, no puedo estar contigo.
- ¿Una tapita de chipirones o un montadito de calamares? - un nuevo camarero apareció en escena. El camarero cómplice intentó evitar el pequeño desastre, pero no tuvo tiempo. A punto estuvo de sujetar por la camisa al nuevo.
- Yo montadito – dijo Felipe.
- ¿Estás pidiendo un pincho? ¿Tienes hambre? ¿No ibas a adelgazar el no se qué que tienes que adelgazar? ¿Me estás escuchando?
Matilde abrió mucho
los ojos y miró hacia los lados. Después lo miró a él. Con tanta
intensidad que las rayas de su pantalón volvieron a aparecer.
Suspiró como si lo hiciera una ballena, se pasó la mano por la
frente y se dirigió hacia la salida, donde se encontró con los
padres de Felipe, los amigos de sus padres del bar “La Reunión”,
algún tío y tía de los que no recordaba el nombre y a unos cuantos
primo-sobrinos gritando educadamente.
- ¡Matilde! ¡Guapa! ¡Qué alegría! ¡Estás más gorda y más guapa! - dijo uno de ellos.
- ¿Estarás con Felipe, no? ¿Dónde está? - dijo otro.
Un primo-sobrino le
dio una patada en la espinilla y sonrió.
- Tienes los pelos de una loca... ¡Ah! ¡Ya lo veo! ¡Felipe! - dijo su madre.
Felipe recuperó el
blanco de sus dientes y sonrió perfectamente al ver cómo su madre
se le acercaba.
- ¿Vas a mear, Matilde? ¡El servicio está para el otro lado! ¿Bebiste mucha cerveza ya , eh? - dijo el padre mientras le pasaba la mano por la espalda.
- No, voy a fumar fuera. Nos vemos... luego.
Lo último que pudo
ver antes de echar a correr como una loca, fue a Felipe dentro del
bar rodeado por su familia y por los amigos. Como un torero después
de una buena faena. Gesticulando, hablando, sonriendo. Comiéndose
los calamares y subiéndose las mangas de la camisa.