... enfrente del mar. Con dos montoncitos de arena en cada mano y con, también, pequeños montoncitos entre los dedos de los pies desnudos. Clara había conseguido que una gaviota se posara en su rodilla; y Miguel dormía sobre una toalla de viaje, del coche, sobre la arena; de costado. Un perro descubría el mar: su cara y sus gestos lo demostraban; sus pulgas se agarraban con más fuerza y se despeinaban, con los ojos cerrados, entre el viento y las olas. Corría alrededor de Ana, ladrando, mirándola, llamando su atención, como un niño pequeño a su madre. La gaviota recordaba lo absurdo que podía llegar a ser un perro, tan tonto, tan fiel, tan dependiente, y tan feliz.
El sonido del mar rodeaba a Ana mientras caminaba por la orilla y sus montoncitos se perdían en el agua. Su pelo ya se había rizado del todo y, también, su nariz respiraba mejor. Sólo con el mar como banda sonora, realizó una panorámica lenta en busca de su señal. De repente, a sus pies, desembarcó una botella verde transparente de película de náufragos, con un papelito dentro. La gaviota estiró el cuello e intentó atisbar tal acontecimiento; hasta las pulgas abrieron los ojos, aunque después los tuvieran que entrecerrar, ya que el sol les daba de lleno...
De otra galaxia...bello.
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