Todas las ventanas
se parecen. Cuando miramos a través de ellas. Encontramos la manera
de mirar a través de una sucia, acercándonos. Y nos alejamos con
las limpias. Nos damos cuenta de sus marcos, su pintura y su
engranaje, cuando no nos interesa lo que ocurre fuera de ellas. Y más
adentro, seguramente, tendremos la habitación revuelta, llena de
polvo y de papeles llenos de poesía de cuando éramos adolescentes.
Y esos papeles nunca los tiraremos. Los llevaremos de mudanza en
mudanza; con todos los objetos innecesarios, necesarios para
complementar a otros objetos innecesarios. Usaríamos maletas
antiguas que nunca habríamos tirado, junto con las nuevas que nos
habrían regalado, para transportar toda nuestra vida, la de este
lado de la ventana.
Si miramos a través
de la ventana, la cosa cambia. Podemos ver un camión de mudanzas,
que viajará; igual no muy lejos, pero hará un viaje. Desde la
ventana veremos cómo las maletas prácticas de esos vecinos que se
van, no tienen polvo, ni pena de irse. También las cajas de cartón
tendrán un aire de fiesta, dentro de su pobreza. Y por fin se irán,
en su camión de mudanzas, con esa alegría que solo conoce el que
espera algo.
A través de la
ventana podremos ver una mancha. Una pequeña mancha que nos moleste
y que nos invada la limpieza del resto del cristal. Seremos capaces
de creer que esa pequeñísima mancha es enorme y que deberíamos
preocuparnos de lo que pasa debajo del polvo de nuestros objetos.
Y un día, la luz
dejará de asomarse por nuestra ventana. No podrá vernos. No podrá
iluminar esos poemas antiguos, apilados entre cajas tristes, que nos
desvelaban, que nos representaban, que nos cuidaban.
Todas las ventanas
se parecen, y todas tienen manchas.