Seguramente fuera más fácil de lo que parecía. Pero, por lo menos para mí en ese momento, no lo era. Cómo iba a zafarme de ese treintañero musculoso, casi sin fumar, casi sin beber, casi sin saber. Al menos, en esos segundos de presión agobiante, tuve una respetable sombra, con treinta y ocho grados en el campo, a las diez y media de la mañana, al lado del córner. No tengo ningún miedo de ningún treintañero musculoso. Son fuertes y altos. A veces son guapos. A veces demasiado. No es lo mismo que te quiera quitar la pelota un treintañero feo que uno guapo. El feo suele oler más a sudor que el guapo; pero eso es sencillo, el feo solo tiene el fútbol y luego su casa; el guapo tiene amigos, que tienen amigas, y todos huelen bien; es un olor tan insoportablemente bueno que el guapo no tiene por qué preocuparse de su sudor mediocre.
Estaba hecho un lío en el córner. No tenía tiempo de comprobar si el treintañero que me cubría era de los feos o de los guapos. Y más cuando, supuestamente, otro treintañero fue a ayudarle, a fastidiarme. No conseguí salir de allí, pero al feo, después lo ví, se le escapó la pelota y sacábamos nosotros.
El portero me la pasó. Yo juego de lateral izquierdo, mi zurda es penosa, porque no soy zurdo; mi padre jugaba de lateral izquierdo y tampoco era zurdo, pero no era penoso, defendía como una madre a sus crías, como un animal, en su zona no había lugar para tonterías de sudores de feos o guapos, o atascos de balones en el córner. Cuando el portero me la pasó, usé mi derecha y tuve un respiro. Siempre busco el centro. Donde el juego se empieza a crear, desde donde se ve el movimiento de los demás. Es el eje. Desde donde, por ejemplo, Xavi puede ver, pensar, elegir…
Un segundo después de la angustia que me provocó que nadie acudiera en mi ayuda hacia el centro del campo, pensé en mi padre, y con las ficticias crías de animal que debía proteger bajo mi brazo, avancé por la banda izquierda. Nadie se atrevió a molestarme. Puede ser que el excesivo calor hiciera mermar a los contrarios las ganas de quitarme la pelota. Llegué al medio del campo y seguía buscando a un Xavi, que me hiciera ver que desde mi posición no se veía nada. Y en ese momento apareció mi salvador. Por mi tos de fumador y por mi falta de físico, fue que por mi izquierda me dobló el extremo que me cura los errores y me aconseja. A la vez, dejé el balón en pies de mi centrocampista salvador, que a su vez, con un leve giro de cuello, localizó a mi extremo izquierdo nada penoso. Entre dos contrarios, cruzó diagonalmente la pelota, hacia la izquierda, donde ya había llegado el extremo de mis errores, que controló lo mínimo, para estabilizarse, y para lanzar el balón hacia el área pequeña contraria, donde esperaba nuestro delantero centro, con su cabeza, como si fuera Santillana, y con un golpe seco el roce de la red, con la pelota dentro.
(cuando pienso en chico buarque me pasan estas cosas… no lo puedo evitar…)