Cuando
no intentaba ser amable, ahora lo intento más, sentía, incluso, que
debía un respeto por los demás; fueran amables o no. No ayudaba a
cruzar la calle a un anciano, pero tampoco le quitaba la silla cuando
se iba a sentar. Quité sillas a sentados y las vi quitar. Nunca me
senté en un autobús si viajaban en él una embarazada, un señor
mayor con cacha o un herido de guerra; nunca vi a un herido de
guerra. Si no intentaba ser amable, no era porque quisiera
menospreciar a los amables. Bastante tenía con levantar la vista del
suelo y no cortarme con la cuchilla de afeitar, si es que venía mi
madre a verme. Mi madre a amarme sin ser amable. Dos desamables.
Si
me paro un poco a pensar en el significado de esta palabra, me doy
cuenta de que no tiene nada de bueno. Querer ser querido, caer bien,
no debatir, evitar los problemas, poner la otra mejilla, poner la
mesa, recogerla, fregar. Esperar a ser amado, de la manera que sea, a
cualquier precio. Regodearse y atiborrarse del amor de los demás
hacia uno. Ser heterosexual, homosexual, bisexual; ser negro, blanco,
gris; ser republicano, fascista, comunista o capitalista; dependiendo
de cuánto y de qué calidad sea el amor que nos rodee y que nos
pueda interesar para nuestra propia amabilidad.