Soy
la etiqueta. La que te dicta la forma, el color, el tejido y la
temperatura. De la manera más dura, en tu cuello, en tu chaqueta, en
el lado izquierdo de tu moldura, al enfundarte con amargura tu
camiseta; la que te pica y te aconseja.
Ni
rimando me llevo buenas críticas. Nadie me quiere. Me colocaron para
fastidiar, del revés, para tus adentros; al lado de ti, entre tu
piel y el algodón de los ricos, entre tu psoriasis y el nailon de
los pobres. Como un mini-despertador constante. Si me cortas, me
llevo tu ropa, poco a poco, sin que te des cuenta; mi información
prevalece sobre lo práctico, sobre ti y sobre tu invierno. Si me
desprecias, con el tiempo, me llevo tu comodidad, tu calor y tu
seguridad.
Hay
días en los que me vuelvo insoportable. Una lija pija, consentida.
En verano te ataco el cuello y en invierno me meto entre tu pantalón
y tú, con o sin calzón (me las arreglo bien, lo lleves o no, me
meto igual). Me gustan las aglomeraciones, donde puedo saludar a mis
amigas, hermanas, donde nos contamos cosas de etiquetas; que si yo
pico más que tú, o que si tú picas poco pero a traición, o que si
picas poco porque has salido de una depresión.
El otro día me
encontré, en un autobús, a una amiga a la que no veía desde hacía
mucho tiempo; me contó que había estado en el extranjero, que había
visto con su propio material a otras como nosotras, metidas en
calcetines; casi le da algo, se reía tan fuera de sí y tan alto,
que llamó la atención de una etiqueta del lado izquierdo del niki
del conductor, y al volverse hacia nosotras para participar en la
diversión, el pobre hombre casi pierde el control y tienen un
accidente. El pobre hombre se enfadó mucho. Y a mí me dio mucha
pena. Yo soy así, tengo mis cosas; no puedo evitar picar, pero tengo
mis cosas.
Dicen
por ahí, lo he oído, que, con el tiempo, nos quieren poner por
fuera de la ropa, para que no molestemos, para que nos dé el aire.
Como una amenaza; para que nos resfriemos o para que nos demos cuenta
de lo molesto que es molestar. A mí me parece bien, no soy muy
habladora pero podría ver mundo, otras culturas, partidos de fútbol,
relacionarme más... Piensan que nos fastidiarían con esa idea, pero
yo creo que, menos las más introvertidas, estaríamos encantadas.
Mi
amiga, la del autobús, que es muy graciosa y muy de para afuera, se
inventó una historia en la que unas cuantas íbamos a una fiesta de
etiqueta, pero todas despeinadas. No podía parar de reír.